domingo, 15 de junio de 2014

La energía solar, un milagro que trae salud a una aldea de Kenia

En Hindi, una aldea remota de Kenia situada a 20 horas en coche de Nairobi, cerca de la frontera con Somalia, no tienen agua corriente ni luz eléctrica, pero el techo de su dispensario médico luce un pequeño panel solar colocado por una empresa española, y eso salva sus vidas.
La electricidad que proporciona esta instalación les permite tener un refrigerador donde conservar adecuadamente las vacunas y alumbrar partos durante la noche, una auténtica revolución allí donde las casas se construyen con barro.
El panel solar, que para muchas poblaciones constituye la única posibilidad de acceso a una fuente energética propia, está transformando la vida en algunas zonas del interior de África.
El sistema es simple: cuatro placas solares con 16 células de silicio colocadas sobre los tejados -en ocasiones, con escasa fortuna por parte de los técnicos locales, en zonas sombrías-, y una instalación eléctrica que transforma la luz solar en corriente alterna y continua.
La carga de las baterías les proporciona cinco horas de luz diarias durante cinco días, capacidad suficiente para alterar el futuro de una comunidad.
"Antes teníamos que andar kilómetros para poder acceder a vacunas y a determinados medicamentos y a veces, sobre todo en época de lluvias, era imposible hacerlo. Ahora incluso podemos hacer nuestras propias campañas de prevención de enfermedades”, cuenta el médico de este pequeño centro, Joseah K. Korir.
"El doctor” y su esposa, "la enfermera”, gestionan un dispensario que atiende a varias poblaciones engullidas por el delta del río Tana. En la entrada de su pequeña clínica hay una cartilla colectiva de vacunación: una pizarra con registro nominal de los tratamientos prescritos a cada familia, un mural que, antes de que el sol encendiera su refrigerador, apenas contenía información.

A unos 30 kilómetros de allí, travesía que requiere más de una hora y media en un potente todoterreno, hay una escuela de educación primaria con cinco aulas y dos paneles solares. Tres niñas expulsadas de clase estudian sentadas en el suelo.
Una de ellas se levanta, agarra un palo y, con un veloz movimiento, golpea y mata a una serpiente de exótico color venenoso. Lo hace como quien se levanta para aplastar un mosquito. En su entorno cotidiano, los bichos matan y la luz eléctrica es un milagro que alguien trajo a su colegio. Un milagro que permite impartir cursos nocturnos a quienes trabajan durante el día, que mejora la capacidad de atención de los estudiantes en aulas lóbregas o, simplemente, les ayuda a ver un poco mejor durante la lectura.

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